Annelies Marie Frank, a quien se le conoce dentro del mundo literario como Ana Frank, y para quienes no han tenido el privilegio o la fortuna de conocer a esta niña alemana, muy seguramente es porque no han leído su esplendoroso diario, su única gran obra, que hace parte del exquisito mundo de las letras, su diario convierte lo sublime en una inefable realidad; con ello, Ana se catapulto hacia la cúspide del maravilloso universo lingüístico de los grandes escritores; quienes ya bebieron en esa talentosa fuente de inspiración saben de la autenticidad de esta niña, que no escribió más de 150 páginas; murió víctima de los nazis durante la segunda guerra mundial, tenía quince años, era de descendencia judía; para Hitler, su gran pecado.
Ella, era un manojo de sinceridad y franqueza consigo misma, no quería ser impostora, confiaba en las frágiles capacidades de su incipiente adolescencia que hacían acontecer en su conciencia las llamas innatas de escritora; en alguna parte de su diario dice: “Quiero seguir viviendo, aun después de mi muerte. Por eso le estoy agradecida a Dios, que, desde mi nacimiento, me dio una posibilidad: la de desarrollarme y escribir, es decir, la de expresar todo cuanto acontece en mí.”
Era una exponente de confianza y de credibilidad en su propio talento, estaba convencida de sus virtudes incipientes de escritora, por ello este interesante episodio de la historia de las letras son una retrospectiva que nos llama a la reflexión para asumir con ahínco las labores propias de nuestra profesión a través del ámbito de la informática -territorio fértil para acusar los sentimientos del “ser impostor”-, aunque solo sea la sensación de serlo y que al sentirlo pareciera como si se adentrara en un estado de hipocondría psicológica que nos atormenta por creer que adolecemos de un bajo nivel de autoestima o confianza. Ana Frank, nos llena de alivio y de motivaciones para con nuestras propias virtudes profesionales, y ahora, con el reto de escribir que nos acecha, sin temor al fraude; aunque los adelantos acelerados de la ciencia pongan a nuestra disposición la tentación de caer en el pecado de copiar y pegar.
Pues bien, hemos comenzado a darle cuerpo a un escrito acerca del síndrome del impostor; momento negativo circunstancial de la mente que afecta en determinada fase de la vida el desarrollo profesional del individuo, que conlleva a sufrir el vértigo del fenómeno de ser suplantador, farsante o charlatán; la comunidad científica atribuye las investigaciones acerca de este fenómeno, a las psicólogas Pauline R. Clance y Suzanne A. Imes, a finales de la década de los años 70 del S. XX.
Si en alguna parte del adiestramiento, de la formación, del aprendizaje y desarrollo de la actividad profesional como individuo competente en alguna área del conocimiento en el que se alcance a presentir este síndrome, es precisamente en las profundas y complejas latitudes de la informática y la computación, donde el resultado de la densidad de los procesos, son requeridos para ser comunicados transfiriendo y emitiendo información mediante el método automático de la digitalización electrónica.
Las percepciones que acontecen en la mente del individuo programador, que, por sus razones profesionales, desempeñan actividades en el área industrial de evolución de software lo hacen susceptible de esta sintomatología del síndrome al presentir emociones de incertidumbre que inestabilizan su seguridad con los resultados personales alcanzados en su zona de programación por haber superado valores trascendentales, conllevando este estado mental a desconocer la propiedad del éxito.
Las psicólogas referenciadas, admiten en sus investigaciones que el indicio o revelación del impostor se puede determinar cuando la persona pretende constantemente laborar sola, esquivando posibles criticas acerca de su trabajo y produciendo en tiempos extras innecesarios; al comprender el aspecto de la mujer, establece que ellas no están al margen y están involucradas en la aflicción con más propensión y vehemencia, argumentando que el proceso investigativo inicial se fundamentó con grupos de mujeres, sector de género que socialmente refleja un comportamiento a acrecentar las reacciones cuando se experimenta mayor rigurosidad en los preceptos legales.
Si se quiere generar un efecto contrario al aspecto sindrómico para no transitar por senderos abismales, nuestra personalidad debe poseer un amplio blindaje de dignidad donde los valores nobles de respetabilidad, honestidad, honorabilidad, honradez, probidad y pundonor; se constituyan en el método eficaz de templar nuestro carácter para comprender necesidades de comportamiento social de fortalecimiento constante del saber a través de la indagación, adquisición y transmisión e intercambio de conocimientos con capacidad de conciencia para criticar y asumir la crítica constructiva con virtudes autocriticas.
Creer en nuestras capacidades y virtudes serán el reflejo de un desarrollo dialéctico de convencimiento de que el saber es un proceso constante de cambios, que mis conocimientos generales provocan penetrar el universo de la programación más allá del momento presente; porque el programador dentro del cosmos de la informática es un ser permeado por diversidad de disciplinas que lo obligan a convertir su personalidad en un productor interdisciplinario por excelencia.
Por ello, fue necesario asumir el rol de escribir y con este escrito emular la frase de Ana Frank, en su única gran obra cumbre que la hizo célebre, no por su extensión, sino por las cualidades desbrozadas en cada párrafo de su sublime prosa: “Quienes no escriben desconocen cuán maravilloso es, (…)”; para poder decirle al mundo de los programadores que sino programamos estaríamos desconociendo el maravilloso mundo de la informática.
Ese sufrimiento sindrómico es un padecimiento circunstancial que nos obliga a la reflexión, y, una vez en el oráculo de nuestros valores, enaltecernos con las transformaciones fantásticas y formidables, de nuestra diaria labor profesional, para el mundo.
Para concluir, miremos las fulgurantes reflexiones de nuestra niña escritora de referencia, que contuvo en su estado mental el posible síndrome del impostor, que consiguió desbravar de su conciencia, a pesar de la soledad de su encierro, la sincronía sintomática, con la realidad que impulsaba su lingüístico don connatural; en su diario liberó el sentimiento de inspiración, diciendo: “Al escribir me libero de todo, mi pesar desaparece y mi valor renace. Pero -he ahí la cuestión primordial-, ¿seré alguna vez capaz de escribir algo importante; podré ser algún día periodista o escritora? Confío en que sí. ¡Oh, cómo lo deseo! Pues, al escribir, puedo concretarlo todo: mis pensamientos, mi idealismo y mis fantasías.”
El entorno del programador, del profesional informático; debe ser pletórico de confianza, con capacidades alternantes dentro y fuera de su comunidad; para transformarse en un intérprete de sus reflexiones; sincronizando el síndrome, con la materialidad de sus actos profesionales.